México 5T: lo pendiente, lo futuro

Armando Páez | 20 de noviembre de 2022 | Artículos, etc.

Es temprano aún para decir si en México está comenzando un cambio político y social correspondiente a la Cuarta Transformación (4T) anunciada por el presidente de la República en 2018. Estado de Derecho, democracia, respeto a ideas distintas, austeridad gubernamental, una política social consolidada (salud, educación, tercera edad), entre otros temas, definen el proyecto. Los historiadores la ubicarán, si es el caso, después de las grandes transformaciones que significaron la Independencia y la Reforma en el siglo XIX y la Revolución en el siglo XX.

Más allá de los aciertos y desaciertos del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, más allá de la polarización, más allá de la falta de programa en todos los partidos políticos (lo que se hace evidente en su desprestigio imparable, las alianzas electorales, sus triunfos oportunistas o pírricos y las luchas por el poder al interior de ellos —en vez del consenso entre correligionarios para definir, instrumentar y trabajar por el programa, situación que lleva a pensar que la 4T no es una acción concreta—), hay algo que no forma parte de la agenda política, considerando al poder ejecutivo y al legislativo, lo cual marcaría sin duda un cambio histórico del país: el fin del presidencialismo y la adopción de un sistema parlamentario, asunto ya abordado por Porfirio Muñoz Ledo en 2007.

El centralismo, la jerarquización, el control absoluto y la fatalidad constante que implica someterse a los designios, intereses y ocurrencias de los que ocupan la presidencia de la República, las gubernaturas y las presidencias municipales deben superarse por otra forma de gobierno, donde no sea la voz de una persona, iluminada o no, ilustrada o no, la que determine el presente y el futuro de las localidades, municipios y regiones.

Si bien los sistemas parlamentarios no garantizan gobiernos eficientes y honestos, sí facilitan su remoción, terminando con los seres todopoderosos e infalibles que en el presidencialismo hacen de sus puestos posiciones de abuso y prepotencia, plataformas de relaciones públicas y feudos para su enriquecimiento personal y de sus familiares y colaboradores más cercanos. El poder se toma para gozar de lo que se otorga a sí mismo. El poder se usa para conservarlo, no para hacer lo colectivamente necesario.

Así, los objetivos de la 4T no son destino. Es obvio que la iniciativa de transitar a un sistema parlamentario no surgirá de un presidente de la República ni de los legisladores, gobernadores y jefes de gobierno que aspiran a serlo. En el ecosistema político las especies luchan y se adaptan no sólo para sobrevivir, sino para ascender en el escalafón y seguir haciéndolo hasta donde sea posible. Pero su ascenso conlleva la caída no de sus rivales, sino de la nación.

En el actual sistema lo importante es la fidelidad al dirigente en turno, culto a la personalidad, peor aún si es inepto y frívolo. El dirigente, convertido en líder, es el centro de la discusión, en vez de los problemas que debe atender. De esta manera, la política no trata de ideologías o proyectos, sino del seguimiento al líder, quien es el que concede posiciones en la estructura del poder y los contratos que surgen con la obra, los servicios y la comunicación públicos. El líder es el proyecto. El líder, a través de los medios amigos, es el mensaje. No hay programa, hay mercadotecnia. No hay ideales, hay imagen. No hay realidad, hay aspiración.

Por esto, el cambio no se presentará desde el gobierno y los partidos políticos, beneficiarios del sistema. Ahora bien, ¿puede surgir desde el sector empresarial o académico u organizaciones ciudadanas donde también impera un modelo presidencial? Bajo lo que aquí se esboza, oposición no son los partidos que no tienen el poder o los grupos, actores sociales y medios que critican al gobierno, sino el señalar la incapacidad del sistema político y la sociedad para reinventarse.

Más aún, ¿puede proponerse el cambio desde una sociedad donde el debate y la discusión respetuosa son sobrepasados por la descalificación, la ridiculización, el insulto y el ignorar lo que el otro dice, si se permite que lo diga? ¿Puede una sociedad agresiva fomentar relaciones armoniosas? ¿Puede una sociedad obediente transitar a un modelo donde asume la responsabilidad de decidir?

Con la superación del presidencialismo debe redactarse una agenda para el país, donde interactúen los sectores y las regiones que lo conforman. Esto exige construir conceptualmente los problemas, revisar su planteamiento teórico y legal. El nuevo sistema de gobierno deberá resolverlos o al menos intentarlo. Los gobernantes deben dar seguimiento al proyecto ejecutado, coordinar su revisión, crítica y corrección. Los problemas, no el líder, deben ser el centro.

Sin embargo, el cambio político requiere antes la transformación cultural, esto es, dejar atrás la cultura política que determina nuestras relaciones cotidianas en todos los ámbitos. El cambio no será político si antes no es normativo. Se abre como condición un ejercicio de autocrítica que exponga la falta de ética y de respeto a la persona, los abusos persistentes que afectan la dignidad y los derechos fundamentales de individuos y grupos, normalidad que dispone la forma de conducir lo público y de dirigir organizaciones de todo tipo. No hay condiciones institucionales porque no hay condiciones existenciales. La solidaridad es un mito. La violencia criminal es la expresión extrema de esto.

Cabe preguntar por qué la decadencia del Partido Revolucionario Institucional no coincidió con el comienzo de una mejor etapa de gobierno, por qué en democracia hay perfiles tan pobres de candidatos y gobernantes, por qué no retrocedieron la corrupción, el crimen, los cacicazgos, los excesos empresariales, etc., por qué el debate está roto cuando la exposición de ideas es una característica democrática.

Son muchos los desafíos que enfrenta el país, algunos de ellos tienden a empeorar debido a la escasez de agua y la cuestión energética. Cuando todo sobra, siguiendo los rituales heredados, una sociedad se puede dar el lujo de derrochar. No es más el caso. Prepararse para el futuro, en cambio, exige frugalidad y entender la magnitud de lo que se aproxima reconociendo la incertidumbre.

Las transformaciones históricas de México se dieron en escenarios energéticos donde el carbón, el petróleo y la electricidad tomaban importancia. El presidencialismo mexicano se alimentó con el derroche que permitió un estado energético basado en el petróleo y la electricidad baratos, esto no será por siempre. El futuro, cercano en algunas regiones, traerá restricciones de agua, energía y suelo, y también financieras. Restricciones que obligan a pensar en un sistema político y de gobierno acorde a ellas, donde no sea el beneficio de unos cuantos lo que prevalezca. No es bosquejar apocalipsis o tecnofantasías, es contemplar la entropía, la pobreza y lo que requieren los sistemas naturales para conservarse y los humanos para prosperar y sostenerse.

La Quinta Transformación (5T) debe visualizar su base ecológica y energética, que conformará una economía específica, para ser un proyecto viable y deseable. No es el “cambio climático”, va más allá de lo que dicten Estados Unidos, China, Naciones Unidas o los diversos organismos y foros internacionales: es la paulatina caída de la producción petrolera nacional y mundial, son las limitaciones físicas, técnicas y territoriales para aprovechar las alternativas energéticas, es reconocer la importancia de la administración del suelo y el desarrollo del recurso forestal como área estratégica, materia prima, recarga de acuíferos y energético. Alta tecnología digital y metros cuadrados.  

La 4T debe crear un Estado de Derecho. La 5T debe poner fin al presidencialismo y preparar al país para lo que viene: el mundo posterior a la riqueza y beneficios que trajo el petróleo. El México y su gobierno del mañana deben delinearse desde hoy, es pensar en décadas. No obstante, el sistema político actual, sus líderes, calculan teniendo como referencia periodos de tres y seis años, mirándose simultáneamente en un espejo, una valla publicitaria, la pantalla de un celular y un monitor. La conformación del proyecto nacional y el ejercicio del poder siguen lógicas opuestas. No hay patria, hay colusión. No hay entendimiento, hay codicia. No hay transformación, hay inercia y encuestas. Todavía hay petróleo.

[Imagen: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México]